jueves, 17 de abril de 2008

ÓLVEGA

Ólvega, en la provincia de Soria, antiguo reino de Castilla, cerca de la más conocida Ágreda, ostenta, orgullosa, armas ganadas en un triste acontecimiento histórico.

Corre el mes de marzo de 1474. Tiempos de inestabilidad política motivada por la falta de autoridad de un rey, Enrique IV el impotente, puesto en entredicho por sus problemas para obtener descendencia. La propia hermana del rey, la futura Isabel I, la católica, subleva la parte oriental del reino.

La nobleza, aprovechando siempre cualquier debilidad real para hacerse fuerte, campa por sus fueros haciendo suyas prerrogativas reales. El rey, agobiado por la sublevación de su hermana, la deslealtad de la nobleza y la guerra civil que comienza premia a los pocos nobles que permanecen fieles.

La comarca de Medinaceli, a la que pertenece Ólvega, había sido otorgada en premio a su lealtad a los de la Cerda, creando el condado, posterior ducado, de ese nombre.
En estas duras tierras de Castilla, lindantes con el vecino reino de Aragón, donde obtener beneficios de la tierra casi yerma es labor ardua, se vive más del pastoreo. En este siglo XV, el paso de rebaños de ganado ovino por la zona es abundante. Y la cesión de la tierra a señores extraños solivianta los ánimos de los recios pobladores. En masa se declaran vasallos de la monarquía, en la persona de la entonces princesa Isabel, sin reconocer más autoridad que la emanada de su persona.

Pero el de Medinaceli, Gastón de nombre, decide hacer suya la comarca que el rey Enrique le ha entregado. Para imponer el orden considera que un ejercicio de autoridad brutal hará recapacitar al resto de su territorio.

La más fortificada Ágreda queda a resguardo de su ira. Pero la débil Ólvega será el objeto de su castigo: El 14 de marzo de aquel año 1474, los lugareños y los vecinos llegados de los alrededores se refugiaron, conocida la venida del conde con una hueste de cinco mil peones y gente a caballo, en la torre de la localidad. Grande pero sin más defensa que sus muros.

Cercada la torre durante cinco días y agotada la paciencia del conde, decidió poner fin al empeño y hacer ejemplar castigo de quien a su autoridad se revelaba.

Ordenó al jefe de su hueste que acabara aquel asedio por el fuego. Y así se hizo. Carlos de Luna y Arellano, mariscal de Castilla y jefe de la mesnada, mandó prender fuego a la torre. De resultas de aquella villanía murieron en defensa de lo que consideraban su derecho cuatrocientas treinta personas, entre niños, mujeres y hombres.

Las armas, representativas de aquel heroico suceso, son las que acompañan estas líneas: En sinople, torre de oro en llamas. La información se ha obtenido de esta interesante página: http://www.elhacho.com/hechos.htm

En la ermita de los mártires, sita en la localidad, se conserva este cuadro suficientemente expresivo sobre los acontecimientos relatados: